Frank Moya Pons: La revolución ignorada

LOS DOMINICANOS se complace en presentarle este artículo del destacado historiador dominicano Frank Moya Pons. Fue publicado en la desaparecida revista RUMBOen la edición del 15 al 21 de abril de 1997. Consideramos que describe a la perfección de los cambios progresistas que ha tenido la República Dominicana respecto a su estilo de vida y economía durante los siglos XIX y XX.

«Pocos dominicanos se dan cuenta de que la República Dominicana ha estado viviendo en medio de una revolución social y económica.

Esta revolución comenzó durante la Segunda Guerra Mundial y, salvo un par de conyunturas de estancamientos a finales de los años 50 y principios de los 60, los cambios generados por ella se han ido acelerando a medida que pasa el tiempo.

La revolución dominicana del último medio siglo ha sido una revolución capitalista, y de ella no han podido escapar ni siquiera los que más se opusieron a ella, esto es, los socialistas y comunistas.

En el curso del siglo 19 la economía dominicana se expandió lentamente por vía de sus exportaciones, principalmente tabaco y maderas. Durante la primera parte de esa centuria el país vivió dentro de lo que se conoce como capitalismo mercantil.

En los últimos 25 años del siglo pasado (19), las exportaciones dominicanas se expandieron considerablemente con el desarrollo de nuevas plantaciones de azúcar, café y cacao que incorporaron definitivamente la economía dominicana a la economía mundial.

El modelo económico era entonces relativamente simple y muy similar al que presentaban la mayoría de los países de América Latina: un país especializado en la producción y exportación de varios productos tropicales o minerales que producían divisas para financiar las importaciones de mercancías no producidas localmente.

El comercio exterior era entonces el principal motor de la economía pues esta funcionaba el ritmo de las exportaciones.

Cuando las ventas en el exterior subían, la prosperidad se hacía visible. Cuando bajaban, el comercio se aletargaba, el consumo se constreñía y había escasez por doquier.

La hegemonía era tal que no habían bancos ni instituciones financieras formales. El crédito y financiamiento de las operaciones económicas estaba a cargo de un activo grupo de grandes casas comerciales ubicadas en las cabeceras de las principales provincias y puertos del país.

A pesar de ser la dominicana una economía agrícola, los agricultores y hacendados no eran entonces la clase dominante. Su poder social y económico era compartido por los comerciantes, particularmente los que tenían un poder de compra y almacenamiento, y gozaban de crédito en casas extranjeras importadoras de productos tropicales.

En los pueblos y ciudades más importantes habitaba una élite comercial que avanzaba dinero a los campesinos y hacendados a cambio de sus cosechas.

Esta élite comercial procesaba y almacenaba el tabaco, el café, el cacao, los cueros, la cera, la miel y las maderas, y exportaba estos productos a través de Puerto Plata, Santo Domingo, Azua, Montecristi y Samana.

Estos comerciantes eran banqueros de los productores rurales, así como los mercaderes, artesanos y profesionales urbanos. Su predominio económico y su gravitación social los convertía en uno de los ejes centrales de la economía nacional.

El desarrollo de la gran industria azucarera entre 1874 y 1920 no debilitó el poder del sector comercial. Antes al contrario, ayudó a reforzarlos.

Aunque controlada por compañías extranjeras, la industria azucarera sirvió para aumentar sustancialmente las exportaciones al mejorar la capacidad de pagos del país en el exterior.

Al convertirse en uno de los principales exportadores, la industria azucarera diseminaba en las regiones bajo su influencia mucho dinero en salarios.

Ese dinero circulaba rápidamente en busca de alimentos y mercancías importadas y era recogido en un breve ciclo económico por los comerciantes importadores que eran, a su vez, los principales exportadores en el país.

La industria estaba entonces escasamente desarrollada. Aparte de los ingenios y de unos pocos aserraderos, los llamados establecimientos industriales eran casi todos pequeños talleres artesanales de poca tecnología y escaso personal.

En muchos de ellos la tecnología derivaba de la llamada Edad Media europea, aunque algunos utilizaban máquinas e instrumentos de más reciente invención, esto es, de la proto-revolución industrial europea del siglo 18.

La llegada de la máquina de escribir, del linotipo, del cable submarino, y de los vehículos de motor empezó a alterar el ritmo de cambio en la sociedad dominicana a principios del siglo 20, pero no fue suficiente para revolucionar la economía.

Esto siguió manteniendo su carácter mercantil durante las siguientes décadas hasta que comenzó la revolución capitalista que hemos mencionado más arriba».

Frank Moya Pons